domingo, 16 de enero de 2011

Diario de una puta - Capítulo 4

28 de septiembre, 2009, 8:00 pm

Me encontraba sentada en el borde de la cama de mi habitación, con las puertas del enorme armario abiertas de par en par  frente a mí. Al final, Bea había conseguido persuadirme de que fuera a la fiesta, así que tendría que encontrar ropa de más o menos mi estilo en aquel mar de prendas que se alzaba delante mía. No me apetecía nada asistir a aquella dichosa fiesta, todavía me duraba la de ayer, pero sabía con certeza que si no le seguía la corriente a Bea, seguiría con el mismo tema y yo, como siempre, acabaría cediendo, así que de esta manera me hacía incluso un favor a mí misma.

Suspiré para dejar de pensar, y volví mi vista y mi atención de nuevo al armario. Vi un vestido color azul oscuro, elegante pero no demasiado, con escote palabra de honor y corto. No me convenció demasiado, pero fue lo mejor que vi, así que cogí los zapatos que más le pegaban (azules de punta, con un tacón alto y fino y pequeños diamantes incrustados en los bordes) y me vestí en 10 minutos. Después me dirigí al baño a maquillarme e intentar disimular como mejor se podía la resaca que se resistía a desaparecer por completo y arreglarme el pelo desastroso que tenía, tan desastroso que estuve 40 minutos en el baño. Justo cuando terminé, Lola entró en mi habitación.

-¿Miriam? ¿Estás lista?-dijo desde la puerta-.

-Sí, ya he terminado-le contesté saliendo del baño terminando de recogerme el pelo en un moño elegante-.

-Estás increíble tía-me dijo Lola asombrada-. Aunque la verdad no es nada nuevo.

-Gracias tonta, tú estás preciosa.

-Bueno, vamos a la fiesta ¿no?-me dijo Lola entusiasmada-. Está empezando a llegar la gente.

-De acuerdo-accedí un poco más desganada-.

Salimos de la habitación y bajamos las escaleras para llegar al enorme salón en el que se iba a realizar el evento. Héctor y Bea se encontraban en la entrada saludando con una sonrisa a todos los que estaban llegando a la enorme casa. Al vernos bajar por las escaleras, sonrió a un tipo rubio alto y a su mujer larguirucha y aún más alta que él, le dio un breve beso a Héctor, y se dirigió hacia nosotras.

Iba vestida con una falda negra, corta, unos zapatos negros también de una altura imposible, y una camisa blanca, y llevaba el pelo suelto y liso.

-¡Qué guapas chicas!-nos dijo sonriendo-.

-Pues anda que tú-le dijo Lola-.

-Nada, nada, vosotras vais mejor. ¿Pasamos al salón y nos tomamos algo?

-Si todavía no ha empezado la fiesta ¿no?-dije yo-.

-Y qué más da, así vamos calentando-dijo Lola-.

-Bueno está bien, pero empecemos con algo suavecito que a mí todavía me dura lo de ayer-dije mientras andábamos hacia el salón, donde ya había unas siete u ocho personas más-.

-Vale abuelita, ¿quieres un vasito de agua?-se burló Bea, y Lola se carcajeó-.

-No estaría mal-respondí sonriendo levemente-.

-Anda anda, deja de decir tonterías-llegamos a la barra que había preparada en el enorme y lujoso salón-.

-Buenas noches, ¿qué desean?-nos dijo el joven camarero sonriente-.

-Pues no sé... nos pones... tres Bacardi con limón, por favor-dijo Bea-.

-Enseguida señorita.

-¿Eso es algo suavecito para ti?-le pregunté un tanto molesta-.

-No seas tonta, si es gratis. Cuando no quieras más lo dejas, o lo que quieras.

-Vale, pero no me pidas más cosas.

-Que no, que no.

El chico nos sirvió las tres copas y nos dirigimos a uno de los ocho sofás negros de piel de diferentes tamaños que había repartidos por la estancia. Nos sentamos en uno no muy grande, donde entraban cuatro personas y nos pusimos a hablar de la gente, de la casa, de la fiesta, de Héctor... y así se nos pasaron las horas hasta que llegaron las doce y diez, que ya había llegado todo el mundo sin ni siquiera darnos cuenta.

Había en el salón unas 35 personas, casi todas personas importantes y conocidas. Había presentadores de televisión, actores, empresarios... lo que era la clase alta. Al ver todo eso, me sentí un poco fuera de lugar, yo no tenía ni la mitad de poder adquisitivo que aquellas personas, a pesar de que no me faltaba precisamente el dinero. Me giré para compartir impresiones con mis amigas y vi a Bea guardando algo en su bolso de forma misteriosa. Aquella imagen me resultó extrañamente familiar.

-Bea, ¿qué haces?

-Nada, retocándome un poco el maquillaje, se me había movido la raya.

-Chicas sosas, me voy a bailar-dijo Lola de repente-. He visto un tío que está... me voy a buscarle-se levantó deprisa y se perdió en la multitud-.

-¿Qué le pasa a ésta?-le dije a Bea-.

-No sé, quiere divertirse, es lo normal tía-me dijo tranquilamente-. Bueno, yo también me voy a ir a bailar, estoy harta de estar sentada, ¿te vienes?-y se bebió lo que quedaba de su Bacardi-.

-No sé tía...-dije yo bebiendo un pequeño sorbo. Después continué bebiendo mirando a la gente, al salón, que me resultaba extraño, y me entraron unas ganas irrefutables de movimiento-. Venga sí, vamos a alegrar las caras de estos aburridos...

-¡Así me gusta!-dijo Bea feliz-.

Nos levantamos del sofá y en nuestra búsqueda de alguien con quien bailar, pues todos estaban parados, vimos a Lola con un chico joven de unos 25 años, moreno y sonriente, bailando con gran proximidad.

-Creo que Lola ha encontrado a su hombre-me dijo Bea-.

-Pues sí, tiene pinta.

-¿Por qué no te buscas a uno?

-Está bien, a ver qué veo por aquí-Bea se marchó con Héctor y yo comencé a buscar a mi pareja de esa noche. Me dirigí a un chico alto, de más o menos 30 años risueño y moreno-.

-Hola. ¿Cómo te llamas?

-Adrián, ¿y tú guapa?

-Miriam. ¿Quieres que bailemos?

-Quién te rechazaría preciosa.

Nos reímos y charlamos mientras bailábamos. Resulta que el tipo estaba casado y tenía dos hijos, pero para mi sorpresa, aquello no me importaba lo más mínimo. Lo único que quería era pasármelo bien con él, yo nunca había sido así. Entonces recordé a Bea guardando algo en su bolso y estuve a punto de recordar más cosas pero...

-¡Cambio de pareja señores! Que así es un aburrimiento-dijo Héctor sonriente, y se puso a mi lado-. ¿Un baile, señorita?

-Claro.

Me cogió las manos y empezamos a bailar sin seguir siquiera el ritmo ni el sentido de la música, simplemente nos divertíamos sin importar los demás. Las luces comenzaron a apagarse lentamente, escuchaba el sonido de mi risa por encima de todas las cosas, la gente comenzó a desaparecer de mi vista. Recuerdo como Héctor subía las escaleras conmigo en brazos. Recuerdo como nos metimos en su habitación y recuerdo que me tiró a la cama, con una leve sonrisa torcida y cómo se desabrochaba los botones de su camisa. Y después, lo último que puedo recordar, es estar tirada desnuda en mi cama de la habitación blanca, tapada con una sábana y con una de las peores jaquecas de mi vida.

2 comentarios:

  1. Madre mia, kiero saber mas!!!!! espero k subais el siguiente rapido!!! me encanta!!! Bss wapas!!!

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  2. Jajajaja prontito estará,prometido jaja
    Nos alegra que te guste!Un besito!^^

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